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CUENTO (largo): Consecuencia Máxima

Publicado por Evantar, 23 de Marzo de 2015, 09:30:37 PM

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Evantar

Consecuencia máxima

No traía gafas oscuras, nada le tapaba la cara. Traía el cabello amarrado en una coleta, dos revólveres colgados a la cintura y debajo de la ropa dos metros de nitroglicerina compactada en veintiséis paquetes conectados a un detonador eléctrico guardado en su bolsillo posterior. Abrió la primera puerta reforzada del banco, esperó a que se cerrada para poder abrir la segunda. La acción no tomó más que diez segundos. Vio su reflejo en el cristal oscuro: mediana estatura, piel blanca y tersa, pecho pequeño pero bien proporcionado con las curvas de sus caderas, piernas largas, cabello oscuro y ojos negros. Suspiró, no tenía miedo, sonrió. El secreto estaba en perderse a sí misma, una vez abierta la puerta, se dijo, no hay escapatoria, no hay arrepentimiento, no hay más Estefanía.

El espacio encerrado por tres paredes de hormigón y una de cristal era frío. Retumbaban en sus cuatro rincones el ruido de las transacciones bancarias y debajo de todo eso los tacones de Estefanía palpitaban como reproduciendo el pulso calmado de su corazón: taconeo, pulso, taconeo, pulso. Los ojos aleonados de Estefanía acariciaron el banco: hay cinco cajeros, dos ejecutivos en atención a clientes, uno más en la entrada, dos policías en el vestíbulo principal, uno en el área de gerencia y otro en la esquina más alejada del área de cajas. Hay catorce balas repartidas equitativamente en los dos revólveres a cada extremo de las caderas de Estefanía y once objetivos principales.

Disparó por primera vez al techo sus pupilas negras se clavaron como ángel de la muerte en el policía más cercano. Segundo disparo, un guardia cae con un agujero rojo en la frente. En menos de un segundo salió el tercer disparo que se clavó en la cara del segundo policía en el vestíbulo, los siguientes dos disparos tampoco fallaron, cayeron el policía y el ejecutivo en el área de gerencia. En menos de siete segundos todos en el banco habían reaccionado tarde para percatarse de los primeros muertos, sin embargo, el pulso de Estefanía aún iba a producir seis tiros excepcionales más. Por la rendija inferior que separaba al cliente del cajero, Estefanía metió seis balas que derribaron a todos en el área de cajas.

Hasta después de que el último oficial cayó, se dejaron escuchar los gritos de pánico y una voz ronca, lo más varonil que pudo salir de la garganta de Estefanía, dijo:

—Todos al suelo y no intenten nada estúpido.

Sonó un nuevo estallido y el ejecutivo que intentó apretar algo debajo de su escritorio cayó al suelo herido del hombro.

—Dije que no intentaran nada. No lo voy a pensar dos veces antes de matar a alguien más.

Y para remarcar su hostilidad gastó las dos últimas balas que tenía en objetivos aleatorios. Un señor de edad avanzada fue herido en la pierna y una señorita vestida de rosa cayó muerta a los pies de un familiar.

Reinó el silencio y el miedo más atroz se clavó en las treinta y tres personas, ahora rehenes del banco municipal número cuatro de Coyoacán Distrito Federal. Los pocos que permanecieron con un grado ínfimo de conciencia durante el atraco se sorprendieron al reconocer a la agresora: una mujer bella, aparentemente joven, con una serenidad que abrumaba la adrenalina de la situación.

—Tú, abre la puerta de seguridad y quiero todo el dinero de las cajas en estas bolsas. ¡Rápido!

Tras recargar sus armas y proveerse de las municiones de los cadáveres armados, reunió a la gente en tres grupos y los envolvió con las bombas que llevaba en el cuerpo. Uno de los rehenes intentó correr no dio ni tres pasos antes de ser derribado por un disparo conciso. Las mujeres gritaron y con ellas Estefanía:

—No lo volveré a decir. Alguien se levanta, corre, habla o siquiera suspira y recibe un plomazo. Entra un policía o algún héroe de afuera intenta rescatarlos y vuelo la bomba que esta pegada como sanguijuela a sus cuerpos. De aquí nadie o pocos saldrán vivos.

En quince minutos llegó la policía: Tres patrullas, cuatro agentes descendieron de cada una pistola en mano. Desde adentro Estefanía preparó todo. Sonó el altavoz policial:

—No hay escapatoria están rodeados.

La mitad de los agentes se quedó afuera del banco a cubierto tras las patrullas, los otros seis entraron con una estúpida valentía que fue frenada por los ojos intensos de Estefanía y un par de disparos. Dos murieron en la primera carrera, otros dos resultaron heridos, los dos restantes ni siquiera pensaron en disparar cuando vieron a los rehenes y el gatillo en la mano de Estefanía.

—Hay treinta y tres rehenes —gritó Estefanía—. Quiero hablar con la autoridad pertinente para negociar por su vida. Alguien de afuera pisa el banco y detono la bomba.

Estefanía hizo estallar una pequeña carga que puso en la entrada. El vidrio reforzado del banco se hizo añicos y en una bola de humo y escombros alcanzaron a salir, con heridas leves, los policías restantes.

El equipo especial de la AFI fue comunicado al instante de la situación de rehenes. En la agencia de inteligencia se sorprendieron tras el primer comunicado: el criminal era una mujer y ya había matado al menos a una docena de personas, policías incluidos. Los elementos policiales no podían acercarse, la desquiciada tenía bombas y mataría a todos si alguien osaba entrar al banco. No hubo tiroteo y la criminal negociaría siempre y cuando hablara con la autoridad pertinente.

Había pasado una eterna hora y media para los rehenes y los policías. El equipo especial intentaba colarse en el banco por los ductos de ventilación pero era muy arriesgado. Estefanía los había percibido y asesinó a un rehén más. En verdad no estaba jugando y eso era lo que más asustaba a los oficiales. Cualquier error cualquier paso en falso y la bella psicópata detonaría la bamba matándose a sí misma y a los rehenes. Mientras, le habían presentado a varios negociadores, ninguno fue reconocido como la autoridad competente. La policía estaba en jaque. Estefanía sonreía al ver el caos que reinaba afuera en comparación con la silenciosa armonía que había creado en el interior del banco. No tenía miedo a morir, sabía que no vería otro amanecer; si su objetivo se cumplía o no, ella no viviría. Ella llegaría hasta la consecuencia máxima de sus actos.



Post unidos: 23 de Marzo de 2015, 10:33:20 pm

Ángel negro (Consecuencia Máxima Acto 2)

Un ruido violento irrumpió en el banco crispando los nervios de todos los rehenes. La única que permaneció tranquila fue Estefanía, contestó el teléfono del banco que sonó por primera vez en las dos horas en que duraba ya la toma del edificio. La voz del otro lado era rasposa y vieja:

—Habla el supremo secretario de justicia, no habrá nadie de mayor rango con el que pueda hablar, desgraciada. Qué quiere de una maldita vez.

—Al fin—. Contestó seductoramente la asaltante—. No haré rodeos —y en este momento encendió el altavoz— una vida por treinta y dos. Quiero que me entregues a Salvador Trejo, al pie del banco y libero a todos.

—Es imposible.

—Estará en tu custodia por al menos dos días más. Quedará libre, a pesar de que todos sabemos que es un desgraciado narcotraficante, secuestrador y un móndrigo asesino. Es ridículo que no puedas condenarlo, pero no te preocupes, yo lo haré pagar. La vida de un criminal por treinta y dos almas inocentes. Tienes quince minutos.

Al colgar el teléfono Estefanía volteó a ver el anillo dorado en su dedo anular. Estaba sucio y tenía manchas de sangre. En la parte posterior estaba negro debido a los químicos con los que fabricó las bombas, y escondido debajo de tanta violencia estaba grabado un nombre: Ricardo.

Por un instante los rehenes vieron en el rostro de la criminal una pisca de piedad y tristeza. Un punto frágil y débil que por fortuna ningún oficial vio y que por desgracia nadie aprovechó. Una sutil e invisible lágrima surcó el rostro de Estefanía. No le importó, ya no le importaba; ahora, todos sabrían por qué había cometido un acto tan desesperado.

Desapreció toda debilidad, murieron sus dudas, la mujer enamorada que vivía un sueño rosa, recién casada, alegre, plena, pura, hermosa, femenina y eternamente feliz a lado del hombre de sus sueños se suicidó. Murió desgarrada por un dolor tan intenso y violento que destruyó toda moralidad y racionalidad en un cuerpo tan dulce y pequeño. El momento feneció como feneció su marido, ahora el monstruo que era Estefanía, sedienta de justicia vengadora, tomó las riendas del fatídico final al cual todos tendrían que llegar.

El supremo secretario de justicia se secó el sudor. Desde su oficina tenía toda la información que pudiera desear. En la televisión seguían los noticieros llevando paso a paso el robo en el banco, según el guion que le había proporcionado a los medios. Acababa de hablar con el gobernador del penal de Acatitla. El abogado de Salvador Trejo se había reusado pasar el comunicado a su cliente. "Estás loco", fue lo que dijo el abogado: "Entrega a Salvador y pierdes tu cuello. Ocúltalo, di que fue un simple robo que salió mal por una loca. Salvador te recompensará. Piénsalo muy bien mi licenciado, no querrás mancharte de sangre".

El tiempo se cumplió, volvió a llamar a la terrorista:

—No hay trato.

—Estás diciendo que no entregaras a Salvador. Morirán treinta y dos inocentes. ¿Seguro que quieres mancharte con su sangre?

—No me estoy ensuciando de nada. Él también es un inocente, tú serás la asesina no yo. El gobierno no negocia con terroristas.

—Ni por la vida de sus ciudadanos.

—Ni por la vida de Dios mismo.

La mujer colgó el teléfono, el secretario empezó a trabajar en el reporte oficial del intento fallido de rescate y la radical determinación de la criminal que se suicidó y mató a todos los rehenes. Se pudrirá en el infierno. Pero lo que pasó a continuación nunca lo hubiera imaginado.

En cadena nacional todos los noticieros mostraron lo mismo. Estefanía fue reconocida como la asaltante y dejó en libertad a dos rehenes que traían pegados una grabación que no fue cortada a tiempo de la transmisión. Los dos lloraban y estaban a punto de un colapso nervioso. Uno de ellos pudo reunir palabras para gritar a los reporteros:

—Quiere que le entreguen a Salvador Trejo a cambio de la vida de todos los rehenes. Habló con el secretario y él se reusó a negociar, ¡nos dejó morir y ella ya mato a muchas personas! ¡Mi esposa sigue ahí!

Se reprodujo la grabación del secretario conversando con Estefanía. Toda la nación se asombró ante el suceso. Un balde de agua helada empapó el saco del secretario supremo de justica y, por si fuera poco, Estefanía aún cometió una locura más. Aventó fuera del banco las bolsas donde estaba el dinero. Después, arrojó otro paquete que estallo en llamas. El dinero del supuesto botín ardió frente a las cámaras y los ojos rabiosos de los banqueros.

El banco municipal número cuatro era el más importante en cuanto al fondo monetario de la asociación de banqueros evasivos a la recaudación de impuestos. El secretario de suprema justica lo sabía y no tardó ni treinta segundos en recibir llamadas de personas peligrosas reclamando su incompetencia por no poder detener a Estefanía. Qué importaba el narcotraficante que pagaba su carrera política, tenía que atender primero a los banqueros que pagaban su sueldo. Ellos también podían mandar a asesinarlo y no le convenía tenerlos por enemigos.

El teléfono en el banco sonó de nuevo ante las expectativas de indignación en los rehenes que sorpresivamente estaban ahora en el bando de la viuda Estefanía.

—Te entregaré a Salvador Trejo con la promesa de que lo mates.

—Es irónico mandar a una mujer a hacer el trabajo que no pudieron los hombres.

—Pero pagarás. Libera a los rehenes y más te vale no haber quemado todo el dinero del banco.

—Aún puedo cambiar de opinión así que baja el tono de tu voz.

No fue fácil trasladar a Salvador Trejo hasta el centro de Coyoacán, la ciudad parecía una zona de guerra. Con dificultades y un casi exitoso intento de rescate por parte de la banda de Trejo, el narcotraficante, inocente a falta de pruebas ante la justicia pero culpable ante los ojos de un pueblo, llegó al banco; traía un chaleco antibalas y los ojos llenos de miedo. A su alrededor estaba el banco en ruinas y docenas de policías armados hasta los dientes. Los elementos de seguridad apuntaban al interior del banco en el que entre sombras apareció una hilera de rehenes, al final de ellos una mujer vestida de negro. Tras pasar las patrullas, los rehenes corrieron. Estefanía se acercó a Salvador en el momento en que una mano misteriosa abría la puerta de la oficina del secretario de suprema justica.

Estefanía dio un puñetazo al rostro de Salvador y antes de que los oficiales dispararan, apretó el gatillo. Nunca se deshizo de todas las bombas que traía amarradas a su cuerpo.

Sonó un disparo, el abogado de Salvador Trejo mató al secretario de suprema justicia y salió caminando tranquilamente del edificio de gobernación. Tras la explosión todos cayeron al suelo, solo había un cráter negro en donde antes se encontraban Estefanía y Salvador.

Un ángel vengador llegó al cielo en donde no pudo permanecer.

Vi a una mujer desnuda bajo los rayos de la luna, tenía la piel pálida y los cabellos de plata; sus ojos lloraban ríos rojos de amargura, sus labios sangraban llantos que petrificaban mi cuerpo...leer más